VALIENTE
Mucha gente dice que soy muy valiente.
Por vivir sola, viajar sola, hacer lo que quiero hacer, existir a mi aire…
Por ser libre.
Es jodido que haya que tenido que desarrollar mi valentía para poder defender mi libertad., algo que se supone que es mío, algo con lo que he nacido.
Con 4 años un cuento me enseñó que siempre habría lobos acechando en los bosques.
Lobos hambrientos de niñas.
¿Y por qué el lobo no se comió a Caperucita en el primer encuentro?
Hubiera sido muy fácil clavarle esos dientes tan largos que tenía en la yugular.
Si era hambre lo que sentía lo habría tenido muy fácil.
¿Para qué todo ese juego manipulador de preguntas?
¿Para qué ese esfuerzo en travestirse de abuelita?
¿Qué es lo que quería realmente el lobo?
Siempre me lo pregunté.
Y creo que empiezo a entenderlo.
Lo que se la ponía dura al lobo es el control de las emociones de Caperucita.
El poder.
Sentirse superior a un ser que está en una posición vulnerable.
Quería alimentarse de su miedo, no de su carne.
He sentido acoso y humillación física y verbal por parte de muchos hombres desde que me crecieron las tetas allá por los 11 años.
Solos o en grupo.
Y no, no buscaban alabar mis atributos.
Parecían disfrutar con mi desconcierto, con mi humillación, con mi miedo…
Tantas veces que sería imposible enumerarlas, especialmente entre los 11 y los 20 cuando era especialmente vulnerable.
A partir de los 20 aprendí a defenderme y a soltar tacos y cortes de manga.
¿Quieres mi miedo?
Pues te jodes, te vas a encontrar con mi ira, mi asco y mi desprecio.
Cuando yo tomaba el control de mis emociones y respondía, entonces resulta que ya no era tan guapa… ya no les resultaba tan divertido el juego y me insultaban todo lo que podían.
Y cuanto más reía yo, más se enfadaban ellos.
Más de una vez tuve que salir corriendo.
Al final la que siempre estaba en la posición vulnerable, era yo.
Cabrones.
Recuerdo una experiencia en un minibús de la Expo, de esos que había dentro del recinto; lleno hasta los topes.
Un tipo aprovechó la coyuntura del espacio para pegar completamente su cuerpo a mi espalda y a mi culo.
Completamente.
Yo tenía 13 años y no entendía lo que estaba pasando.
Por un lado es verdad que había poco espacio, por otro lado, no sentía eso como normal; pero mi mente infantil no tenía datos para dar forma a aquella situación.
No pude reaccionar.
Pero él sí sabía lo que estaba pasando.
Recuerdo el reflejo de su cara en el cristal del minibús.
Me miraba fijamente.
Empecé a temblar y a sentir un dolor de estómago muy fuerte.
Una lágrima resbaló por mi mejilla.
Y en ese momento, se le puso dura.
No antes… sólo cuando me vio llorar.
Es la primera vez que hablo de esto.
Cabrón de mierda.
En el verano de 2004 tuve dos agresiones la misma semana.
En la primera cinco adolescentes se abalanzaron por detrás para quitarme el bolso.
Salía sola del corral del carbón después de un bolo nocturno.
Instintivamente me defendí.
Empecé a gritar y a golpear con la botella de agua que llevaba en la mano.
Grité tanto que se asustaron y salieron corriendo.
Me quedé tirada en mitad de la calle, con mi bolso, hasta que me encontró una compañera.
Las piernas me temblaron durante más de una hora.
No podía ni caminar, ni parar de llorar.
Y durante casi un año me quedó el reflejo instintivo de mirar hacia atrás cada vez que alguien se acercaba (incluso durante el día y con la calle llena de gente)
Unos días después a las tres de la tarde por la calle Nicuesa, un tipo en moto se acercó a mí.
Llevaba casco y me preguntaba por una dirección.
Me acerqué para indicarle.
Me agarró una teta.
Cuando reaccioné para defenderme aceleró y se fue descojonándose de la risa.
Fue el momento más humillante de mi vida.
Y no tanto porque fuese una teta o un brazo.
Sino por su risa.
Aún la recuerdo.
Porque se aprovechó de que me acerqué a ayudarle.
De mi bondad, de mi inocencia, de mi vulnerabilidad…
Cabrón del demonio.
A los pocos días fui a la policía por lo del bolso.
Cuando terminé de poner la denuncia, comenté como de broma el incidente de la moto, quitándole importancia.
“¡¡Fíjese que semanita llevo!!”
El señor policía se quedo un poco asombrado
“¿Y por qué no denuncias esta última?”
Me quedé en blanco.
“Esta segunda me parece más grave incluso que la del bolso, al fin y al cabo el bolso es un objeto y lo otro es tu cuerpo”
Algo se partió dentro de mí.
¿Por qué yo misma no le di importancia?
En ninguno de los casos podía identificar a los agresores, ¿por qué una era digna de denuncia y la otra no?
¿En qué momento mi cuerpo había dejado de ser mío?
¿Es posible que todos esos años de comentarios, roces, restregones, insinuaciones… me hubiesen despojado de mi propio poder sobre mí?
Ese verano abrí la veda a la furia.
Y empecé a recordar todos esos abusos que yo no sabía que lo habían sido.
A veces incluso por parte de compañeros de clase, de trabajo, jefes, profesores… nombrarlas todas implicaría redactar un post infinito.
¿Por qué hemos normalizado cosas que no son normales?
Cada vez que alguien ejerce su poder sobre ti, te quita el tuyo sobre ti misma.
Aún así he seguido saliendo sola, volviendo a casa a la hora que me da la gana, me he recorrido media Europa haciendo espectáculos de calle sola, viviendo sola….
¡Qué valiente eres!
Pues sí, coño, lo soy.
Mi trabajo me ha costado.
Porque he seguido haciendo lo que quería hacer… pero siempre vigilando, siempre al acecho, cambiándome de acera, escondiéndome hasta que pase el coche sospechoso, variando de trayectoria por si acaso, a veces con un spray de pimienta en la mano, otras escogiendo las botas con puntera de acero en lugar de los tacones….
Pensando, pensando siempre en posibles estrategias para salvarme.
Incluso ahora.
Cada día.
Y mi historia es la más light de todas mis amigas.
De todas mis Hermanas.
Curiosamente cuando más han alabado mi valentía fue en el viaje a Japón.
Un mes sola, sin conocer a nadie, ni el idioma en un país lejano…
Pues nunca me sentí tan segura en ningún lugar como en Japón.
Los japoneses son machistas, racistas, xenófobos, homófobos….
Pero nunca nadie va a agredirte.
No hay crímenes, la policía se está quedando sin trabajo.
A veces sentí su rechazo en las miradas.
No sé si por ser mujer, o extranjera o mujer extranjera…
Pero no me sentí amenazada en ningún momento.
He visto niños de 6 años viajando solos en el metro de Tokio.
¿Y qué tiene Japón?
No es igualdad… el machismo allí es muchísimo más profundo que aquí.
Es respeto.
Han sido educados en el respeto.
En no ejercer el poder cuando estás en una posición de ventaja.
Al menos en lo social.
La violencia de género existe y se produce en los hogares, en la intimidad y la mayoría de las mujeres japos aún ni siquiera han tomado conciencia de ser abusadas, ya que no hay muchas denuncias.
Pero las calles son lugares seguros para los vulnerables.
Porque no es sólo una cuestión de hombre-mujer.
Es mucho más profundo.
Es el poder sobre el vulnerable.
En muchos casos es una mujer, otras un discapacitado, un animal, un niño…
Y esta es la base del machismo, el bulling, la homofobia, el maltrato animal… incluso la corrupción.
Nuestra sociedad está enferma.
El poderoso se aprovecha de su posición para abusar del vulnerable.
Y sólo se puede solucionar desde la educación.
Educar en el sano ejercicio del poder.
Porque en unas ocasiones nos tocará tener el poder.
Y en otras, ser los vulnerables.
Esa es la bondad para mí: tener el poder y usarlo respetando al vulnerable, sea quien sea.
Y mientras, seguiré cuidando de mí misma.
Empoderándome.
No permitiendo que el miedo me domine.
No dejando el control de mis emociones en los demás.
Parando los pies a quien tenga que parárselos.
Así me cueste la vida.
Y cuando sea yo la que tenga el poder, trataré de ejercerlo con compasión y respeto.
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