SHINTOÍSMO

Desde el continente asiático, principalmente de Siberia, Corea y China, llegaron los primeros pobladores a las islas de Japón.

Traían consigo sus prácticas animistas y chamánicas.

En realidad todas las culturas han sido animistas en su origen: dotar de alma a las entidades naturales como el sol, la tierra, las tormentas…

Parece ser que antes de que nuestro cerebro se desarrollara en el aspecto cognitivo, vivíamos en un estado de fusión y conexión con la naturaleza.

Pasa también cuando somos niños: le pintamos una cara al sol y nos relacionamos con los objetos como si estuviesen vivos.

Eso es animismo.

Cuando esos primeros pobladores procedentes de las áridas estepas se toparon con la naturaleza salvaje de Japón quedaron absolutamente a su merced.

Montañas increíbles, bosques de árboles inmensos, explosión de flores en primavera, calor tropical en verano, frío polar en invierno, terremotos, tsunamis, tifones…

¿Cómo no sentirse pequeño, ínfimo, completamente vulnerable en este escenario?

Los kami, la energía vital de la naturaleza, o los dioses como mucha gente interpreta, viven en las rocas, en los árboles, en los animales, en las cascadas…

Y los seres humanos son parte de todo eso.

Cielo-ser humano-tierra es un mismo eje.

Eso es en esencia, el shintoísmo.

El shintoísmo es la base de la cultura japonesa y el origen de sus creencias.

Para mí no es una religión ya que no tiene dogmas ni preceptos.

En principio simplemente se veneraban lugares especialmente energéticos: una montaña estratégica, un árbol centenario (o un conjunto de ellos), una cascada…

Se los rodeaba con una cuerda y se realizaban ante ellos ritos de origen chamánico: campanas, tambores, palmadas, cascabeles… vibración al fin y al cabo.

Con el tiempo se construyeron pequeños templos de madera para realizar esos ritos.

Se les llama santuarios.

Y es lo que más visitaréis si vais a Japón.

Hay cientos.

En cualquier rincón.

Desde los más esplendorosos y llamativos, hasta los más discretos y sencillos que salen a tu encuentro en cualquier esquina, de cualquier zona, de cada ciudad.

Todos se caracterizan por tener una puerta (tori) a la entrada. A veces son rojas, a veces de madera o de piedra y marcan el espacio sagrado.

Los japoneses visitan los santuarios con devoción para practicar sus rituales.

Primero se lavan las manos y la boca en unas fuentes que hay en la entrada (para purificarse); se acercan a la puerta del pequeño templo; tiran una moneda; hacen sonar una campana; dos reverencias; dos palmadas sonoras y una reverencia final que puede incluir una oración.

A veces prenden incienso, ponen una vela, o una especie de tablillas donde escriben sus peticiones.

Compran amuletos.

Y sacan papelitos que predicen su suerte.

Todo con la monedita por delante.

A veces lo que tú quieras poner.

Otras veces tiene un precio que va desde los 30 yenes a los 5.000, es decir, desde unos pocos céntimos hasta los 45-50€.

Se supone que con ese dinero, se sufragan los gastos del santuario.

Desde mi punto de vista lo importante del santuario es que crea una espacio para la conexión energética con algún elemento de la naturaleza.

Desde el punto de vista del turista, lo importante es la foto.

Desde el punto de vista del shintoísta, lo fundamental es el ritual.

Y desde el punto de vista de los cuidadores del santuario, las moneditas y la venta de todo tipo de amuletos y souvenirs.

Los santuarios son mis lugares favoritos.

Especialmente cuando por diversas circunstancias he podido disfrutar a solas de algunos de ellos.

Y han sido muchas veces.

Incluso en algunos que siempre están atestados de turistas como el de Fushimi-Inari en Kyoto.

Casi siempre gracias a la lluvia repentina.

O porque he ido más tarde.

La mayor parte de mis momentos màs intensos , místicos y especiales han surgido en el espacio sagrado de un santuario.

La apertura de corazón en Nikko.

Aquella ruta de 30 santuarios en Takayama que estaba inexplicablemente desierta.

Que me sorprendiera la luna casi llena recorriendo en la oscuridad los cientos de tori de Fushimi-Inari en Kyoto.

La ceremonia shintoísta a la que asistí por casualidad en las montañas de la isla de Miyajima.

La tormenta que me permitió bailar a solas en el monte Kurama.

El silencio de los santuarios abandonados que descubrí en el monte Koya.

El llanto profundo al llegar al santuario Nachi-Taisha después de 4 días de durísima peregrinación en las rutas del Kumano Kodo….

Tantos momentos imposibles de describir….

Llevo 25 días en Japón y los recuerdos ya se agolpan de tal manera que soy incapaz de asimilar todas las sensaciones, enseñanzas, percepciones…

Voy a necesitar unas vacaciones de las vacaciones.

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