NIKKO Y MAITE

Nikko no estaba en mi ruta inicialmente. No sé por qué lo descarté.
El día en que lo decidí, a principios de marzo, fue el día en que te fuiste, Maite.
Pero al ver tu foto de perfil de facebook, reconocí inmediatamente el puente rojo de Shinkyo en Nikko, que era además, tu logotipo.
Lo interpreté como una señal: un evento tan inusual no podía pasar desapercibido.
Te encantaba ese puente y te preguntabas qué habría al otro lado.
Pues hoy estoy aquí por tí, Maite.
Tú me has traído.
He venido a ver a dónde lleva y a honrar tu memoria.
Pasé más de una hora observando el puente y te puedo asegurar que no hay cámara que pueda captar su belleza.
Y entendí que estabas allí: en el riachuelo que serpenteaba las rocas, en la pintura roja, en la bruma que lo sumergía en una atmósfera mágica, en los sonidos de las campanitas de cerámica que había al lado.
Allí te sentí. Y allí te lloré.
No lo había hecho antes. No sé si porque aún no me llegaba a creer que te hubieras ido o porque tenía que ser aquí hoy.
Tenía que ser.
Tenía que venir.
Pero también entendí algo. El puente no era lo importante. De hecho es un puente pequeño y sencillo, si no fuese por su color pasaría completamente desapercibido.
En realidad el puente es sólo un marco para la espectacular belleza de ese rincón del río.
Como si quien lo construyó, hubiese querido retratar ese lugar.
De modo que cuando lo observas te invade un sentimiento de fascinación contemplativa y crees que es por el puente… pero no… no es por él.
Quizás pase igual con las personas, lo que nos encanta de ellas no es tanto lo visible, lo evidente, lo que podemos ver y tocar, lo que muere…
Al otro lado del puente hay varios templos y santuarios y lo más impresionante: un bosque de cedros centenarios.
Es la energía del bosque la que convirtió a Nikko en uno de los centros del budismo.
Y es esa energía la que llevo hoy conmigo.
Los santuarios de Toshogu y Rennoji, son espectaculares. Sorprende que la ostentosidad de sus dorados no desentonen con el bosque…
Pero el que ha robado mi corazón es el de Futurasan. El más antiguo de todos, fundado para venerar el espíritu de la montaña.
Es simple y sencillo, tanto que no hay muchos turistas que suban hasta allí… el montón de piedras que conforma uno de los altares no queda tan bien en las fotos como los dorados de los otros templos.
Pero yo no me quería ir de allí.
De nuevo, como en Kamakura, me he quedado la última y me han tenido que echar.
Me he quedado allí sentada bajo un árbol.
Plantada.
Enamorada.
Fascinada.
Y todo gracias a tí Maite, querida amiga.
Gracias por tu último regalo.

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