GALAXIAS
Siempre me ha fascinado mirar las estrellas.
Desde muy chica he pasado horas y horas contemplándolas, tanto en verano como en invierno mientras soñaba con trabajar para la Nasa.
-¡¡Niñaaaa!! ¡¡¡Qué haces ahí fuera pillando frío…. Métete pa dentroooooo…!!!
La voz de mi madre me llegaba como si estuviese en Plutón, pero yo me metía pa dentro, eso sí… dentro de mí.
Ellas me convirtieron en filósofa sugiriéndome miles de preguntas.
Y me enseñaron que tras la fascinación de la belleza, se escondía un terror profundo.
¡¡Vivo en una bola de piedra que da vueltas en la inmensidad de la nada!!
¡¡¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!!!!
De adolescente trabajé en un pequeño planetario itinerante señalando las constelaciones de verano a los turistas.
Veía estrellas fuera… y estrellas dentro.
Cuando cierro los ojos siento que soy una galaxia infinita girando lentamente en espiral, expandiéndose y contrayéndose al ritmo pausado de mi respiración.
Lo he sentido siempre.
Y también he visto siempre la hermosa galaxia tras la mirada de los demás.
Es uno de mis dones y también causa de algunos de mis sufrimientos.
Porque antes no sabía que las galaxias tienen estrellas y planetas increíbles, pero también meteoritos, nubes de gas y agujeros negros.
He sido absorbida tantas veces por agujeros negros ajenos, apedreada por meteoritos gigantes e intoxicada por sus gases …
Pero no me daba cuenta, distraída como estaba por el espectáculo de sus galaxias.
Sólo sentía que perdía la noción de infinito y me percibía como una miserable particulilla de polvo vagando sin gravedad en el vacío.
Y tardaba años luz en volver a mi dimensión original.
Pero cada vez que hacía ese proceso iba descubriendo dónde estaban mis propios agujeros negros, iba conociendo los gases que formaban las nubes y entendiendo las trayectorias de mis meteoritos…
Ahora puedo disfrutar del movimiento hipnótico de mi galaxia, pero también de las explosiones de mis supernovas y las batallas que suceden en algunos planetillas.
Puedo acercarme y alejarme de otras galaxias sin perder mi propio giro.
Ahora muchas personas vienen a mis terapias y cursos.
Y se sientan delante de mí como si fuesen una miserable particulilla de polvo vagando sin gravedad en el vacío.
Pero yo veo la danza infinita de su galaxia.
Y les digo “métete pa dentro” como me decía mi madre, aunque en otro sentido.
“Observa, contempla… Mira un poco más allá, si yo puedo verla, tú también”.
A veces les doy un telescopio o les señalo un planeta con siete lunas que no sabían que tenían.
Otras les muestro cómo estrellas dispersas configuran una constelación que les puede guiar cuando estén perdidos.
Este es mi trabajo ahora.
No conseguí trabajar para la Nasa, pero animo a descubrir galaxias cada día.
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