BUNRAKU Y OSAKA

Mi amor por Japón es mucho anterior a mi aprendizaje de Reiki.

Ya siendo titiritera sentía una devoción profunda por el Bunraku.

Una modalidad de títeres tradicionales japoneses.

Como en la mayor parte de los países orientales existe un respeto muy profundo por este tipo de teatro.

Y se cuida.

Y se mantiene con esmero.

De hecho hacen falta décadas para formarse como maestro de bunraku.

Su característica principal es que un sólo títere se mueve entre tres personas: el maestro mueve la cabeza y la mano derecha; el segundo asistente la mano izquierda y sirve de apoyo para coger objetos o controlar la indumentaria: y el tercero, que mueve los pies.

Sólo el maestro, porque es algo digno de honor, lleva la cabeza descubierta. Los otros dos, llevan capucha.

Con lo cual, con seis manos, es el tipo de manipulación que más realismo aporta al movimiento.

Cuando daba clases de títeres, me encantaba explicar esto y ponerle videos a mis alumnos.

El aquel momento no podía siquiera soñar que un día pisaría Osaka, la cuna del Bunraku.

Lamentablemente, mi itinerario estaba cerrado antes de tener la programación del Teatro Nacional y no conseguí cuadrar los días con ninguna función.

Sin embargo, sí que tenían los días en los que estaba en Kyoto.

Así que, ¿ qué son 2 buses, 2 metros y 2 trenes cuando se trata de cumplir un sueño?

Si ya he viajado mas de 12.000km…¿qué son 50 ó 60 más?

Llegué a la función una hora antes con el entusiasmo de una niña de 5 años.

Teatro Nacional de Bunraku de Osaka.

Un precioso y modernísimo pedazo de teatro.

Con la suerte de que dentro, había una exposición.

Debía tener tal cara de ilusión que fueron los vigilantes, dos señores mayores, los que me ofrecieron hacerme la foto con uno de los títeres.

De hecho el pobre apenas atinaba con mi móvil y me tuvo que hacer un montón porque en todas salía con la cabeza cortada.

Y una señora muy mayor y con la espalda muy encorvada, pero que hablaba un correctísimo inglés, me acompañó a lo largo de toda la exposición contándome un millón de cosas.

Ella no podía creer que una española conociera tan bien este estilo.

Me fuí a mi asiento de primera fila.

Dos horas de espectáculo narrado en japonés.

Asumía que no iba a entender nada de la historia, que suelen ser por cierto, bastante complejas.

Pero qué importaba.

Si me faltaban ojos para mirar.

Para observar como se movían.

Con hasta 5 títeres en alguna escena.

Eso son 15 tíos moviéndose de forma perfectamente sincronizada.

Como una danza medida hasta el último detalle.

Siempre con un narrador que cuenta la historia y hace las voces de los personajes y un músico. Ambos cambian en cada acto.

Todo hombres.

No hay mujeres en el bunraku.

El teatro estaba casi lleno.

Con un ambiente más cercano a la devoción sagrada que al de un espectáculo.

Dos horas que pasaron volando.

Dos horas de emoción contenida que desembocaron en alguna que otra lágrima.

No estaba permitido hacer fotos del espectáculo.

Y con esa norma no me hice la guiri.

Por respeto a los artistas.

Durante la vuelta a Kyoto, intentaba asimilar toda la belleza que acababa de presenciar.

Pensaba en los titiriteros, compañeros y alumnos, con los que me hubiese gustado compartir esa función.

Me sentí priviligiada.

También eché un poco de menos mi antigua profesión.

Hacía justo un año que había hecho el último bolo.

Sentí pena de que en España no se cuide, se proteja y se valoren los títeres como lo hacen en Japón y como ví que se hacía en Irán.

En España hasta la palabra titiritero es un insulto que incluso se permiten usar políticos corruptos.

Si ni siquiera hay una puñetera asignatura de títeres en Arte Dramatico…

En España son muñequillos para los niños.

Pena e indignación.

Y mucha gratitud por todo lo que los títeres y los 14 años en que he sido titiritera, han aportado a mi vida.

Ayer volví a Osaka como tenía previsto.

Una ciudad vibrante.

Aunque por los anuncios luminosos, el gentío y el ruido podría parecerse a Tokyo, no tiene nada que ver.

Lo sentí en cuanto salí del metro.

Tiene una energía muy distinta.

Más campechana.

Menos reglada.

La gente te mira.

Aquí no soy invisible.

Ayer y hoy me he dejado seducir por la movida nocturna del barrio de Dotombori.

Y por momentos, me he sentido como un personaje de Blade Runner.

O de Futurama.

Si de repente hubiese aparecido una nave volando, no me hubiese sorprendido en absoluto.

La luna menguante seguía mis pasos por la vereda del río.

Olores distintos de cada puesto de comida callejera.

Cientos de personas de formas, colores y vestimentas diferentes.

Melodías a todo volumen de los anuncios, tiendas y discotecas fusionándose entre sí.

El frescor del río después de un día extenuante de calor húmedo.

El sabor exótico del Okonomiyaki de la cena, aún en mis labios.

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