LOST IN TRANSLATION

El japonés tiene tres alfabetos: el kanji, el hiragana y el katakana.
Originariamente no tenían escritura así que de China, importaron el kanji. Pero el kanji no cubría su fonética, de modo que tuvieron que crear el hiragana. Y posteriormente, cuando empezaron a introducir palabras extranjeras (les faltaban fonemas) crearon el katakana.
Así que cuando ves una palabra, sólo por su tipo de alfabeto ya sabes si es de origen chino, japonés o de otra lengua.
Esto es muy simbólico de la cultura japonesa que suele integrar todas las cosas respetando su origen.
También pasó con el budismo, pero de eso hablamos otro día.
La cuestión es que a efectos prácticos mezclan los tres alfabetos… a mí me ha dado tiempo a reconocer el hiragana y el katakana, pero el kanji… ni lo intenté… hacen falta años para manejar los kanjis que sabe un niño de 8 años.
Así que mirar a tu alrededor y no entender nada es cuanto menos, curioso y divertido… aunque si lo que quieres es coger un tren… ¡¡puede llegar a ser un caos!!
Por lo que ya he asumido que me voy a equivocar un millón de veces…¡qué gran cura de humildad!
Y que tengo que pedir ayuda… sí o sí… ¡con lo que me cuesta!, ¡no me queda otra!… aunque a veces las indicaciones de los otros me confundan más.
Ayer, uno de los policías a los que pregunté (al final fueron tres) me decía:
“Migi, migi… left, left…”
¿”Migi” izquierda?
No, jolín… “migi” era derecha e “hidari”, izquierda… lo recuerdo bien, pero el poli este ya me ha dejado con la duda… en qué confío ¿en su inglés patatero o en mi japonés cogido con alfileres?
En otro momento habría confiado en mi instinto, pero por esta historia de dejarse ayudar, le hice caso al poli. ¡Y me volví a perder!
Sin embargo cuando Lourdes Green me dijo que tenía una amiga en Tokyo, supe enseguida que quedar con ella mi segundo dìa, sería un acierto.
Noriko Suzuki Kumakura vino a recogerme al hostel, me llevó de turismo (con visita en barco incluida), me invitó a comer, me presentó a su amiga Maho, me ayudó a localizar la mejor oficina para cambiar yenes, me habló de su ciudad y su lengua…. un verdadero lujo muestra de la generosidad y amabilidad japonesas… ¡esto sí que es dejarse ayudar con gusto!
Así que de estar perdida en Tokyo, pasé a navegar por la ciudad como una tokiota más…
Poco a poco todo empezaba a fluir: el yet lag se disipó, reparé la tarjeta sim de internet, organicé algunas reservas de tren y sólo me perdí una vez de vuelta al hostal (¡¡y sin google maps!!) …
¡Esto se pone interesante!

Kilómetro 0. Día 0

Dos días importantes marcaron mi tránsito a la madurez: el día en que se esfumó la ilusión de los Reyes Magos y el día en que entendí que tenía que convertirme en mi propia Reina Maga.

Decidí que no podía sólo sobrevivir, sino que tenía que ofrecerme las mejores opciones de vida posibles.

Así que ese día compré un billete a un país con el que sólo me atrevía a soñar.

31 días, una mochila y mi sóla presencia por compañía.

Si no es ahora, ¿cuándo?

Y esta vez no sería un viaje de huída, sino un regalo, una celebración… porque sí, porque estoy viva,  porque me lo merezco y me lo he currado muchísimo. Porque me amo.

Me voy…  a nutrirme de sonidos y texturas, a impregnarme de nuevos sabores, a sentirme en otras latitudes, a entrenar mi paciencia y resistencia, a conocer otros seres, a plantearme nuevos retos….

Porque si muero mañana, prefiero morir habiendo estado en Japón.

 

Lo que pesa, sobra

En mi primer viaje fuera de España, la compañía aérea perdió mi mochila. Y no era un simple viaje de turismo, sino que me había mudado a Edimburgo de forma indefinida.

Así que tuve que empezar una nueva vida con lo puesto… y sobreviví.

Aprendí que necesito muy pocas cosas.

Por eso cuando viajo, mi lema es: “lo que pesa, sobra”.

Ahora no lo aplico sólo al equipaje; sino que trato de liberarme de las cargas emocionales, los objetos inútiles, las conversaciones sin sustancia… lo que ya no me sirve.

Este viaje que empieza hoy en realidad ha sido un proceso de muchos meses, puede que años…

Gracias a todo el esfuerzo hoy camino ligera de equipaje y con el corazón abierto.

Zapatos de aventurera

Los zapatos “de mujer” no están hechos para la aventura: suelas demasiado finas, taconcillos, correas monísimas, pero tan endebles que seguro que no duran un asalto. Y no me refiero sólo a los zapatos de fiesta o de vestir, sino a los en teoría “todo terreno”.

Sin embargo, miras en la sección de hombre y todas las sandalias son confortables, con forma de pie real, correas anchas, seguras, para recorrer mil caminos e incluso correr si hiciese falta…

-¿Me puede sacar un 41 de aquellas Panamá?

-Aquellas son de hombre, las de chica están aquí.

-Ya, sí, pero quiero aquellas.

-¡Ah! son para su novio.

-No, son para mí.

-¡Ah!

La dependienta me mira de arriba a abajo con un gesto de extrañeza, como si hubiese pedido un helado en una ferretería.

Me las pruebo, se ajustan como un guante. Camino por la tienda, me pongo de puntillas, giro los pies en todas las posiciones posibles, compruebo si la suela resbala, observo las costuras, percibo si el material transpira…

-Aquí tiene un espejo.

La ignoro por completo. Me importa un pimiento cómo me queden las sandalias, sólo necesito saber que mis pies estarán sanos y aguantarán los kilómetros de aventura que tenemos por delante.

-Ah, pues le quedan muy monas.

Gesto de horror en sus ojos aunque intenta salvar la compra con una mueca en los labios. La miro intuyendo lo que piensa. Sonrío.

-Me las llevo puestas.

¿Por qué los zapatos de mujer no se diseñan desde el confort, desde la salud?,¿por qué tanto empeño en que sean bonitos? ¿son las propias mujeres las que buscan eso?, ¿o es que en el fondo no hay muchas más opciones?

Quiero zapatos que aguanten mis ganas de aventura, que cuiden la frágil piel de mis plantas, que no aprisionen mis dedos, con los que pueda andar, correr, saltar, trepar si es necesario….  quiero sentirme poderosa, segura… pisar fuerte…  Si además son bonitos, pues mejor, pero no pienso renunciar a mi seguridad por estética y si para eso tengo que seguir usando sandalias de hombre, lo haré.

Total, las únicas que me critican jamás se han puesto ni se pondrán en mis zapatos.